La supervivencia del hombre siempre ha estado ligada a su capacidad para ingerir alimentos y se ha documentado la existencia de objetos (huesos, piedras, metales e incluso dientes de terceros) que –a cualquier edad y, con más o menos sofisticación, según el estatus social y la época– han sido utilizados a modo de «implante» para rellenar el hueco de las piezas perdidas.
La cirugía del implante dental tal y como hoy la conocemos, es relativamente reciente y, sin duda, uno de los mayores avances en salud, dada la transversalidad de la reposición de piezas dentales en relación con múltiples patologías, más allá del campo de la odontología.
EL IMPLANTE DENTAL NO PUEDE ESPERAR
Así pues, sorprenden algunas de las creencias de muchos pacientes. La más habitual es la de que los implantes dentales es una mera alternativa a las prótesis removibles (dentaduras completas) propias de edades avanzadas. Nada más lejos de la realidad: la reposición de una pieza dental es indispensable en cuanto el paciente es susceptible de someterse a la cirugía maxilofacial.
¿Motivos? Pues unos cuantos:
• El primero, la importancia de mantener una dentadura completa que contribuya a una oclusión perfecta de la ATM (articulación temporomandibular) que permita, desde la correcta ingesta y masticado de alimentos –sistema digestivo– hasta el equilibrio corporal, íntimamente relacionado con la alineación de los arcos superior e inferior de la mandíbula.
• El segundo, y no menos importante, mantener el resto de piezas dentales. Cada diente, en sí mismo, es una pieza indispensable en el equilibrio de la dentadura. Ante la ausencia de diente, el resto de piezas tiende a recolocarse para rellenar el hueco existente por lo que éstas pierden estabilidad con un alto riesgo de desprendimiento, muy preocupante en pacientes con gingivitis o periodontitis. En consecuencia, aumenta la separación interdental (diestema) y las paredes laterales del diente quedan sobreexpuestas a la desmineralización (caries).
PARA TODA LA VIDA, O NO
En el otro extremo, otra de las «fakes» o «medias verdades» que triunfan es la de que un implante «es para toda la vida». Pues al igual que el famoso eslogan joyero, depende.
Sí, la durabilidad –e incluso el éxito– de un tratamiento implantológico se asocia a múltiples factores:
• Por un lado, están los condicionantes biológicos del propio paciente. Desde el estado físico, en el momento de la intervención: la calidad del hueso, patologías bucodentales, la propia biología y genética del paciente… Hasta, las derivadas de enfermedades –cáncer, tabaquismo, diabetes…– que surjan en el tiempo y, por si mismas o tratamientos médicos asociados, desencadenen patologías bucodentales e incidan sobre el implante.
• Por otro, y posiblemente el más importante, la calidad del tratamiento implantológico. Como en cualquier otra especialidad sanitaria, la odontología requiere de excelencia en toda su dimensión:
– La clínica dental. Optar siempre por un centro especializado, con instalaciones adecuadas y, a poder ser, con quirófano y salas de pre y post-operatorio.
– La calidad de los materiales implantológicos y de los equipos de diagnóstico. Son exigibles las garantías respecto al material que se va a implantar: tornillo de cierre, pilar de cicatrización, pilar de impresión, análogo, pilar protésico, corona, etc. Así como de que los equipos de diagnóstico sean los adecuados: ortopantomografías, TAC 3D dental… con una simple radiografía, no basta para un estudio previo o post-operacional.
– El médico especialista: cirujano implantólogo. Los dentistas no son todos iguales. Como en otras áreas de la medicina, existe la especialización y, en función del tratamiento a desarrollar, habrá que optar por uno u otro. Elegir un implantólogo con experiencia demostrada, es decir un cirujano especializado en implantología dental. En el caso de implantes cigomáticos, además, hay que asegurarse de que el médico es cirujano maxilofacial. En ambos casos, se debe valorar la presencia de personal cualificado de apoyo durante la intervención.
– La comunicación entre profesionales con el paciente como centro. Doctores, protésicos y auxiliares deben trabajar en equipo. La información ha de fluir desde la recepción del paciente hasta la finalización del tratamiento, con el propio paciente como centro. La coordinación del trabajo, adaptándonos a la realidad de cada paciente y haciéndolo partícipe de su propio tratamiento, aumenta el índice de éxito y reduce notablemente los tiempos de recuperación.
– El post-operatorio y mantenimiento. La fase posterior a la intervención puede marcar el éxito o el fracaso de un tratamiento implantológico. Hay que valorar que el tratamiento incluya las visitas del post-operatorio, el plan de higiene y cuidado personal y la programación del calendario de mantenimiento anual.
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